martes

MICHAEL MOORE PREMIÓ A IRA RENNERT COMO EL HOMBRE DEL AÑO




El polémico cineasta Michael Moore eligió hace unos años en su programa la Dura Verdad al multimillonario Ira Rennert como El hombre del Año. El galardón fue otorgado a Rennert - dueño de Renco Group y de Doe Run - Perú - por haber sido el mayor contaminador del medio ambiente en los Estados Unidos. Moore muy fiel a su estilo fue con sus cámaras hasta la oficina de Rennert ubicada en el lujoso centro Rockefeller para arrancarle unas palabras y entregarle personalmente el premio, como era de esperarse el multimillonario nunca dio la cara. Moore reveló a la prensa que tras realizar una búsqueda exhaustiva no habían podido encontrar un vídeo donde saliera la figura de Rennert y que sólo habían hallado 2 ó 3 fotos que circulan por el ciberespacio. Después de tres días de ingresar a las oficinas del multimillonario y entregarle el galardón a su secretaria, el cineasta fue demandado y obligado a permanecer 150 pasos lejos del centro Rockefeller , si hiciera caso omiso a la orden del juez sería arrestado . Luego, súbitamente El Hombre del Año, retiró la demanda, admitiendo que las declaraciones juradas que había proporcionado a la corte no eran verdaderas. Moore volvió a la carga y fue a su mansión en Long Island, descrita por Wikipedia como la mansión más grande en los Estados Unidos. Nuevamente el servicio de seguridad de Rennert trato de impedir que Moore nos mostrará la fastuosidad y opulencia en la que vive el más grande contaminador de los Estados Unidos y del Perú. En nuestro país se tendría que organizar un concurso y designar a Rennert no como el hombre del año sino de la década, muy pronto se cumplirán 10 años desde que Renco Group se hizo cargo del complejo metalúrgico de la Oroya, desde esa fecha los niveles de intoxicación por plomo han aumentado, condenando a la población oroyina a una muerte segura. Sin lugar a dudas Ira Rennert es el hombre de la década.

LAS CONSECUENCIAS IRREVERSIBLES DEL PLOMO

La intoxicación crónica por plomo se llama saturnismo. Antiguamente el plomo era llamado saturno por los alquimistas, de allí el nombre de saturnismo. Hoy se sabe que la verdadera causa de muerte de Beethoven fue el saturnismo: el exceso de plomo en la sangre. Ésta enfermedad cobra cada día más víctimas en toda América latina y específicamente en el Perú, donde las leyes medioambientales figuran en el papel mas no en la práctica.

Más que un asunto de color
El nombre de la enfermedad viene del “color de Saturno”. En algunos casos la acumulación excesiva de plomo en la sangre produce tal efecto en el tinte de la piel de quien está afectado por este mal, también conocido como plumbosis o “lengua negra”. Hoy la pintura no contiene plomo y la medicina moderna puede ejercer todo tipo de controles para prevenir o tratar el envenenamiento con plomo. No obstante, la amenaza de ingestión o inhalación de este metal blando tóxico sigue latente. Los niños expuestos al plomo corren un mayor riesgo. Las investigaciones han demostrado que los tejidos blandos de los niños (cerebro, riñón, hígado y huesos), aún en proceso de desarrollo, absorben un 50% del plomo, mientras que la tasa de absorción en los adultos es de un 20%.

Consecuencias irreversibles
El saturnismo afecta el desempeño físico e intelectual del afectado. En los niños los daños pueden ser más severos debido a que se afecta el aprendizaje, lo cual puede ser irreversible.
Cuando la contaminación por plomo llega a niveles altos se presentan cuadros como retardo mental u otros que pueden conducir a la muerte. Si la contaminación está en niveles bajos se pueden presentar dolores abdominales y anemia, lo que después desencadena problemas de aprendizaje, disminución de las facultades auditivas, bajo nivel de inteligencia, retrazo de crecimiento, hiperactividad y déficit de atención, entre otros.
El metal se acumula en los huesos lentamente, impidiendo el crecimiento y deteriorando el cerebro. En niveles muy altos puede causar ataques epilépticos, estado de coma e incluso la muerte. Los síntomas que pueden presentarse como resultado del envenenamiento por plomo, además de la reducción de las facultades mentales (hecho no siempre notable), son dolor de cabeza, náuseas, hiperirritabilidad, pérdida del apetito y debilitamiento general.
Una vez detectado, el exceso de plomo en la sangre puede solucionarse con medidas higiénicas y dietéticas que reduzcan cualquier posibilidad de consumo de plomo y contrarresten el ya existente en el torrente sanguíneo, sobre todo con alimentos ricos en hierro y calcio. Las personas que habitan zonas en riesgo deben trasladarse a otras zonas para no exponerse a la contaminación, además deben organizarse para realizar limpieza en calles y colegios.

lunes

LA CONTAMINACIÓN EN LA OROYA

DOE Run arroja al aire 31 veces más plomo en el Perú que en los Estados Unidos


Testimonio de cómo Doe Run contamino por décadas a todo un pueblo en E.E.U.U.

Leslie Warden había estado en un avión solo una vez antes de viajar al Perú en abril del 2003. Ella no hablaba español, no tenía una educación universitaria y mucho menos un grado en toxicología. Aún así, allí estaba ella, declarando en el imponente Palacio Legislativo de Lima, en una sala de audiencias llena de legisladores y sus asistentes, de representantes de las agencias de salud y minería del gobierno, de reporteros y cámaras de televisión. Ella había venido a hablar acerca de la Doe Run Co., una de las más grandes productoras mundiales de plomo, la misma que tiene una fundición en su pueblo natal de Herculaneum, Missouri. La empresa en esta oportunidad se encontraba enfrentando una investigación por la fundición que tiene en La Oroya, un pueblo ubicado en las alturas de los Andes donde virtualmente todos los niños sufren de envenenamiento por plomo. El Congreso peruano estaba considerando la posibilidad de declararla una zona de emergencia.

La voz de Warden vibraba conforme se dirigía al público, pero su sola presencia hizo que los ejecutivos de Doe Run presentes en la sala sacaran sus celulares y comenzaran a discarlos desesperadamente. "He llegado hasta aquí", señaló, "para compartir algo que Herculaneum ha aprendido y experimentado a lo largo de los últimos años... Nuestros niños no deben continuar siendo el precio que el mundo pague por el plomo". Tanto en Missouri como en el Perú, Warden y otros testigos declararon, Doe Run ha contaminado comunidades a la par que se escondía detrás de una cortina de desmentidos y desinformación, dejando a los padres de familia sin conocer el riesgo que representa para sus niños el polvo que cubre sus casas, patios y calles.

La historia de estos dos pueblos y la forma en que entraron en contacto ilustra un patrón cada vez más frecuente: una empresa enfrentada a una creciente presión del público y a costos medioambientales en los Estados Unidos extiende sus sucias operaciones al exterior, donde las regulaciones son laxas, la mano de obra es barata y los recursos naturales abundantes –y donde la empobrecida población se vuelve dependiente de los puestos de trabajo y de la caridad de las propias empresas que les causan daño-.

Al igual que muchas personas de Herculaneum, un pueblo de 2,800 personas junto al río Mississippi a 30 millas al sur de Saint Louis, Leslie Warden y su esposo, Jack, desconocían exactamente lo que emanaba de las chimeneas de 167 metros ubicadas a medio kilómetro de su hogar. Mientras fueron enamorados en la secundaria, en 1988 habían comprado una propiedad para remodelar. Jack trabajó como carpintero sindicalizado, mientras que Leslie era contadora y secretaria. Muchos de sus vecinos tenían puestos de trabajo en la fundición de Doe Run, empresa que emplea a más de 240 trabajadores y produce hasta 250,000 toneladas de plomo al año. En ciertos casos los humos de la planta hacen difícil ver a través de la calle. "Mi esposa lava la ropa y la cuelga en el cordel, y la tiene que lavar nuevamente porque se cubre del hollín de la chimenea", recuerda Jerry Martin, un ex alcalde. Ocasionalmente, alguien de la empresa pasaría para hacer pruebas del agua del caño u ofrecer gratis semilla de césped para llenar los espacios vacíos de los jardines de los vecinos. Cuando una nube de humo se desplazó desde la planta y corroyó la pintura de los carros, la empresa pagó por la reparación de las carrocerías.

En 1997, una nube malogró el flamante Mustang de Leslie Warden, y en esta oportunidad Doe Run se negó a arreglarlo. Si las emanaciones de la planta pueden malograr mi carro, pensó ella, ¿que podrá suceder con los pulmones de mi hijo de 13 años? ¿Su trastorno por déficit de atención podría estar relacionado con la contaminación de la fundición? Comenzó a comunicarse con el departamento de salud pública y medio ambiente, a buscar información acerca de los sedimentos grises y pegajosos de su escritorio, sobre los camiones que retumbaban por el pueblo y el olor astringente.


Herculaneum ha estado contaminado durante décadas, pero el sentimiento público frente a Doe Run comenzó a exacerbarse a principios de los años 1990, luego de una desagradable disputa laboral. Las emisiones de la fundición repetidas veces violaron las normas de contaminación del aire, y muchos niños presentaron altos niveles de plomo en sangre en las pruebas. Algunos vecinos se sumaron a una demanda por daños personales contra la empresa, en lo que se convertiría en el inicio de una avalancha de demandas contra ella. Luego de que el Servicio de Peces y Fauna Silvestre encontró altos niveles de plomo en los peces, los ratones, los sapos y las aves de las cercanías de Herculaneum, la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) y el Departamento de Recursos Naturales de Missouri emitieron una orden en el año 2000 exigiéndole a Doe Run la instalación de nuevos controles de contaminación y la limpieza de los patios de las casas que presentaban niveles de plomo por encima de los estándares de la EPA. Si las emisiones de la fundición no se adecuaban a las normas, la empresa sería forzada a limitar su capacidad de producción al 20 por ciento.

Esta fue la exigencia de cumplimiento más dura jamás tomada en contra de Doe Run, pero la familia Warden se mantenía escéptica. Su hijo adolescente había pasado la edad en la que los niños son más vulnerables al envenenamiento por plomo, pero a sus pequeños sobrinos, una niña y un varón, se les había diagnosticado niveles altos de plomo en sangre. Leslie Warden continuaba examinando minuciosamente informes, asistiendo a reuniones públicas, y consultando con grupos de ambientalistas.

Finalmente, una noche de agosto del 2001, Jack Warden acorraló a Dave Mosby, un funcionario estatal encargado del medioambiente. Warden le insistió a Mosby que tomara muestras del polvo negro acumulado en las calles por donde transitaban los camiones de Doe Run para transportar el plomo a la fundición. Durante mucho tiempo la familia Warden había sospechado que el polvo sería una prueba "candente".

"Era cerca de medianoche," recuerda Mosby. "Sin embargo incluso desde el poste de luz, yo podía decir que él iba a tener un verdadero caso, porque uno podía ver el lustre metálico del polvo sobre la calle". Cuando varios días después Mosby recibió los resultados, se quedó asombrado de saber que 30 por ciento del polvo era plomo puro. "Supimos que teníamos una situación de emergencia," señala él. El departamento de salud del estado declaró que la contaminación de plomo de Herculaneum era una "inminente y considerable situación peligrosa" y colocó carteles advirtiendo a los padres de familia que no dejaran jugar a sus hijos en las calles.

En febrero del 2002, los funcionarios de salud del estado publicaron un estudio mostrando que el 56 por ciento de los niños que vivían a una distancia de medio kilómetro de la fundición tenían niveles altos de plomo en sangre. En un acuerdo con el estado, Doe Run ofreció comprar 160 casas ubicadas dentro del perímetro de tres octavos de milla de la fundición. Las reubicaciones le significaron a la empresa más de US$10 millones, además de los millones que gastó en la limpieza.


En 1997, cuando el ambiente en Herculaneum era crecientemente tenso, Renco adquirió una fundición en el Perú. En el 2005 la nueva instalación estaba generando casi cuatro veces más ingresos que la fundición de Missouri y arrojando al aire 31 veces más plomo como ella.

"Doe Run tuvo que gastar millones de dólares en Herculaneum para limpiar la suciedad que había creado", señala Anna Cederstav, una científica ambientalista del estudio de abogados Earthjustice quien ha coescrito un libro sobre La Oroya. "Si pueden irse al extranjero y ganar plata rápida en lugares donde no son muy controlados, y enviar esas ganancias a casa para pagar sus cuentas en los Estados Unidos, definitivamente lo harán".


Cuatro años después de que Doe Run aceptó la compra a sus vecinos en Herculaneum, las casas de madera de los alrededores de la fundición comenzaron a venirse abajo, los lotes vacíos daban a las calles la apariencia de una boca desdentada. Incluso después de la orden de limpieza de la EPA, Doe Run está teniendo problemas para cumplir con las normas del gobierno federal sobre contaminación del aire. Las partículas todavía caen persistentemente de las pilas de la fundición y se derraman de los camiones que retumban a través del pueblo. Según el estado, los patios ubicados a tres cuartos de milla de la fundición, que Doe Run pagó para que levantaran y llenó con tierra limpia hace unos años, posiblemente dentro de cuatro años estén nuevamente contaminados

En el 2004, Leslie y Jack Warden aceptaron la oferta de Doe Run de US$113,000 por la compra de su casa y gastos de mudanza. Ahora ellos viven varias millas fuera del pueblo en una casa que da al bosque. Su hijo, ahora de 22 años, casi ha completado un curso de dos años en una universidad de la comunidad. El es uno de los más de 100 demandantes que están esperando el día en que comparecerán contra Doe Run.

Leslie Warden todos los días piensa en los niños de La Oroya. "Yo fui una de las personas afortunadas", señala. "Fui capaz de levantarme y pelear y salir adelante. No tuve que preocuparme porque iba a perder mi puesto o algo así. Pero allá hay gente que no tiene esta alternativa".


* Tomado de la Revista Mother Jones, San Francisco, California, EE.UU.
Edición de noviembre/diciembre 2006

domingo

LOS NIÑOS DE PLOMO


LOS NIÑOS DE PLOMO

Hay un lugar en el mundo donde las aves no vuelan, donde los árboles y los niños no crecen, donde el plomo es el pan de cada día…


Se dice que cada niño nace con un pan bajo el brazo. Este antiguo proverbio lamentablemente no se aplica en la Oroya, Perú, donde viven cinco mil niños, todos con elevados niveles de plomo en la sangre. En la Oroya (ciudad andina situada 180 kilómetros al sureste de Lima) el plomo, cadmio, dióxido de azufre y otros materiales tóxicos causantes de la lluvia ácida anidan en el organismo de las treinta tres mil almas que la habitan.

Un humo amarillento cubre los cielos de la Oroya. Es marzo de 2007 y el bus nos ha dejado justo frente a las chimeneas de la planta que maneja Doe Run Co., la productora de plomo más grande de Norteamérica. El panorama no puede ser más escalofriante: humos negros y cobrizos con olor a muerte emanan por las chimeneas de la fundidora. A tan sólo 200 metros del complejo metalúrgico, los niños juegan al fútbol despreocupadamente y a cada paso tragan el polvo tóxico que viaja por el aire. Escuelas, calles, el hospital y las casas están cubiertas por el polvo metálico; los pinos no crecen, las flores son escasas. La belleza que antes existía ahora es ceniza. La Oroya es la quinta ciudad más contaminada del mundo según el instituto Blacksmith, una organización conservacionista con sede en Nueva York. En la lista de los 10 pueblos más contaminados también figura Chernobyl, lugar donde ocurrió el accidente nuclear más grave de la historia.

Vemos que algunas personas transitan con máscaras y otras utilizan pañuelos. La gran masa se cubre con las manos la nariz y la boca para no ingerir el aire sulfuroso. “Antes era por horas; ahora todo el día botan los gases” nos dice Julia Zolano, una amable señora que tiene un puesto de dulces en las afueras de la fábrica. La fundidora arroja a la atmósfera más de 800 toneladas de dióxido de azufre diariamente, excediendo cinco veces los límites establecidos por las leyes peruanas. Es imposible caminar por las angostas calles de la Oroya, la picazón en la garganta y la irritación en los ojos son inevitables. No comprendemos cómo la gente puede vivir de esta manera. Maribel Velarde, responsable de realizar el primer análisis en la sangre de los niños oroyinos, nos dice que uno termina acostumbrándose, mientras nos muestra los resultados de los estudios efectuados por el Ministerio de Salud a 788 niños menores de siete años. La cifra es indignante: el 99.9 por ciento manifestaron plomo en el organismo, en promedio 41 microgramos por decilitro de sangre, cuatro veces más del límite de riesgo permisible por la Organización Mundial de la Salud. Los niños pequeños y las madres gestantes son los más afectados.

Lo aterrador de la contaminación por plomo es que inicialmente no presenta signos visibles, pues su acción es lenta. Se sabe que afecta al sistema nervioso, produce agresividad, cansancio, anemia, deficiencia en el aprendizaje y el crecimiento y, en altas dosis, puede causar la muerte.

Dengel es un niño de nueve años, pero por su estatura y su peso parece tener seis. La historia de su hermano Reiner no es diferente: tiene siete años, mide apenas un metro y pesa 18 kilos. Su padre, Melitón Rivera, nos comenta que sus hijos tosen todo el tiempo y su estómago les duele mucho. Melitón y su esposa no pueden dormir pensando en el futuro de sus hijos. “Cuando viene el humo cerramos las ventanas y la puerta; los ojos y la garganta nos pican como ají. Nadie nos va a sacar el plomo del cuerpo. Lo que buscamos es que nos trasladen y nos indemnicen”. Dengel corre hacia nosotros y con la libertad de los niños nos dice: “Yo y mis amigos queremos que hagan caer la chimenea. Es muy feo y malo ese humo”. Las miradas de Reiner y Dengel son sombrías. No es habitual ver a un niño de la Oroya sonreír, el plomo les ha arrebatado la inocencia y la alegría de la infancia. Reiner sueña con algún día ser un buen médico, para curar a sus padres y a sus compañeros.

Desde 1997, año en que Doe Run se hizo propietario del complejo metalúrgico, los niveles de intoxicación por plomo han aumentado. Doe Run forma parte de Renco Group, cuyo principal accionista es el controversial multimillonario Ira Rennert. Las empresas de Rennert enfrentan en los Estados Unidos un centenar de juicios por dañar al medio ambiente y atentar contra la salud pública. Su empresa productora de magnesio en Utah se declaró en bancarrota luego de que funcionarios federales lo acusaran de desechar ilegalmente residuos peligrosos. La empresa matriz de Rennert es la fundición de plomo de Herculaneum, Missouri, empresa denunciada por contaminar a una población. Debido a que las leyes son más enérgicas en Estados Unidos, la empresa se vio obligada a indemnizar y trasladar a las 2800 personas que vivían junto a la fundición. Por desgracia en nuestro país las cosas son muy diferentes, pues las leyes figuran en el papel mas no en la práctica. La coima generalizada y la ausencia de una conciencia civil contribuyen a que estos megaconsorcios hagan lo que quieran. Tanto así que el Ministerio de Energía y Minas, en un acto sin precedentes, aceptó por novena vez el pedido de Doe Run de aplazar hasta el 2009 el cumplimiento de su Programa de Educación y Manejo Ambiental (PAMA), programa que prometió cumplir cuando les fue entregada la planta metalúrgica por Centromín. Actualmente Doe Run no paga Impuesto a la Renta ni utilidades a los más de 3000 trabajadores que laboran en sus plantas. Frente a todo esto, el dirigente social Miguel Curi ha congregado a varias familias para demandar ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos a la empresa y al Estado por indemnización. “Ya no creemos en Doe Run. Cuando vino nos prometió reducir las emisiones. Yo vivo hace 22 años en la Oroya, pero desde hace seis, cuando me enteré de que mi hijo tenía plomo en la sangre, recién supe los daños irreversibles que provoca este en la salud. La empresa, el año pasado, ha quintuplicado sus ganancias, que ascienden a 150 millones, a pesar de lo cual no quieren construir las dos plantas de ácido sulfúrico que disminuirían en un 85% la emisión de gases y metales de la atmósfera”.

Curi tiene que llevar a sus dos hijos los fines de semana fuera de la ciudad para que se liberen de los humos, pero la mayoría de personas no cuenta con los medios económicos para hacer lo mismo. El rebelde dirigente oroyino nos sirve de guía y nos conduce a varios hogares donde la gente ha decidido romper su silencio, debido a que los que se atreven a hablar sobre el tema son tildados en el pueblo como “traidores”. Doe Run es la principal fuente de economía de la Oroya: el 80% de los moradores vive directa o indirectamente de la fundidora y la empresa permanentemente amenaza con irse si continúan las denuncias.

Las delegadas ambientales son un grupo de setenta amas de casa elegidas por la empresa para realizar campañas de limpieza en las calles y hogares. Ellas son los ojos y oídos más efectivos de Doe Run. Al enterarse de nuestra presencia, una de ellas nos aborda en plena calle y nos interroga acerca de los motivos de nuestra visita. Después baja el tono y nos dice que la empresa le da juguetes a sus hijos y muñecas barbie a sus hijas en Navidad, que han construido un comedor público y duchas y que hay una guardería en Casaracra (uno de los poblados vecinos) donde se educa y nutre a los niños. Al ver que no le refutamos, la señora nos mira con gesto desafiante y se va. Casaracra es una guardería creada por el convenio entre el Ministerio de Salud y Doe Run, pero tan sólo brinda cuidado a 75 niños (los casos más graves), atención insuficiente para la enorme población infantil intoxicada.

Subimos las empinadas escaleras hasta llegar a Gloriapata y Picuypata. Unos perros flacos nos dan la bienvenida. Estos son los barrios de la zona alta de La Oroya antigua más contaminados. Las casas son de adobe, de una sola habitación y las paredes y las ventanas están llenas de hollín. La gente no cuenta con agua potable o saneamiento básico. Las señoras tienen que lavar su ropa en la calle, en piletas comunales. Ninguna quiere que sus hijos salgan de sus casas porque el polvo gris está en todas partes y se lo pueden llevar a la boca.

Visitamos a la familia Ynga. Dos de sus tres hijos han fallecido por exposición al plomo y otros metales cancerígenos. Mercedes Ynga se niega a declarar porque debido a su testimonio para un canal nacional fue amenazada de muerte por el ex alcalde Clemente Quincho. Ella, junto a su esposo e hija, tuvieron que huir a Lima durante dos semanas para salvar sus vidas. Luego de insistir, finalmente, acepta hablar con nosotros. “Mi hija murió a los 17 años tras padecer 9 de ellos con 82 microgramos de arsénico en el organismo. Tenía manchas en la piel, fiebre por las noches y los doctores del hospital Guillermo Almenara, sobornados por la empresa, no nos decían lo que tenía. Mi otro hijo falleció cuando tenía un año y tres meses. Él nació con cáncer, con un tumor maligno en el cerebro”. La voz de Mercedes se quiebra, sus manos empiezan a temblar y las lágrimas recorren sus rojas mejillas. Su esposo, Martín, un hombre robusto de 40 años, la toma entre sus brazos y ambos lloran. Mercedes ahora va de casa en casa para aconsejar a las mujeres oroyinas. No quiere que ninguna madre sufra lo que ella sufrió. “Ya no hay miedo, poco a poco estamos concientizando a la gente”, nos dice al momento de despedirnos.

Recorremos los laberínticos barrios de La Oroya y las historias se repiten. La Oroya es una ciudad cubierta por un velo oscuro, rara vez asoman los rayos del Sol. Por las noches no se divisan las estrellas. Parece que hubiera pasado un meteorito e incendiado los árboles, los pájaros y la ilusión de sus habitantes de respirar aire puro a su paso. Las laderas de los cerros donde se aglomera caótica la ciudad se encuentran calcinadas. La vida que revoloteaba en los ríos Mantaro y Yauli ha desaparecido. Los abuelos nos cuentan que por esos días los pastos eran extensos, los cerros verdes y se podía pescar truchas en los ríos.

Agustín Mamani es un ingeniero químico que trabajó 30 años en Doe Run. Él nos revela que la fundidora utiliza petróleo residual y la chatarra y concentrado tóxico que otros países no aceptan.

Nos advierte, además, que el caso de La Oroya ya no es un problema local sino nacional. El agua para consumo doméstico tiene plomo, zinc, arsénico, y otros materiales contaminantes, así como lo tiene el suelo y el aire. Las alcachofas, el maíz y los diversos alimentos que salen de la zona central y se comercializan en los principales mercados de la capital están contaminados. Insistiéndonos en la peligrosidad del material particulado, el mismo que se instala en los pulmones y que debido a su pequeño tamaño puede viajar cuatro días antes de asentarse, la nube de plomo amenaza con llegar a Lima.
Luego de escuchar estos estremecedores testimonios solicitamos una reunión con el jefe del área ambiental de Doe Run, ingeniero Jorge Miranda, quien accede a entrevistarse con nosotros muy temprano al día siguiente.
Llegado el momento lo esperamos en el hall de la empresa con miles de preguntas en la cabeza. Pasaron varias horas y Miranda inexplicablemente no autorizó nuestro ingreso a la fábrica. Tras varias llamadas a su celular contesta sólo para cancelar la cita, aduciendo que tiene mucho trabajo acumulado. Nos invita entonces a una nueva reunión, pero en la tarde la escena se repite: celular apagado y la secretaria afirma no saber dónde está. El jefe ambiental de Doe Run literalmente se esfumó.
Aunque César Gutiérrez, alcalde de La Oroya, nos promete enérgicamente fiscalizar el cumplimiento del plan ambiental, el futuro de la ciudad es incierto. Muchas autoridades han sido seducidas por el embriagante olor del dinero, como Jesús Díaz, jefe de Essalud, que vive en las casas de los trabajadores de Doe Run.
“Hay días en los que pienso irme de acá”, me dice Epson Núñez, joven padre de Mirella, una niña de un año que frecuentemente convulsiona y cambia de estados de ánimo. Los días en que su salud se agrava son aquellos en que la emisión de gases es más intensa. “Queremos que los dueños de Doe Run piensen en los niños de La Oroya. Nosotros luchamos por nuestros hijos, para que no padezcan lo de nosotros”.
Resulta angustiante ver los profundos niveles de desigualdad que existen en el mundo. Mientras Rennert vive con sus hijos en una mansión en Long Island que es más grande que La Oroya y dobla en tamaño a la Casa Blanca, todo un pueblo muere lentamente en los Andes peruanos.
Es urgente que Doe Run reduzca su producción como lo hizo en su planta de Missouri. El Estado debe desarrollar un plan integral de salud que declare La Oroya en estado de emergencia. No se debería esperar dos años más para que se construyan las dos plantas de ácido sulfúrico. Los niños no entienden de leyes ni de intereses mezquinos, ellos sólo quieren crecer y correr libremente sintiendo cómo el viento acaricia sus rostros. Hagamos que este derecho universal sea posible, levantemos mil veces nuestras voces, no permitamos que la vida y los sueños de Dengel, Reiner, Mirella y de toda una nueva generación se hagan plomo…



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LOS NIÑOS DE PLOMO

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